Àlex y yo nos encontramos en el aeropuerto de Barcelona con Érik y Eva, llegamos allí en tren, con tiempo suficiente. Facturamos una bolsa cada una y otra la llevamos en el avión. Embarcamos hacia las diez y media, y hasta que no despegó el avión no teníamos claro que nos íbamos a Malta, esperando a ver qué nos pasaría esta vez.
Pero no pasó nada, y al cabo de un par de hores, sobre la una del mediodía, llegamos a Luqa.
Salimos del minúsculo aeropuerto y, rumbosas nosotras, descartamos tomar un taxi, sabíamos lo típicos que son los autobuses y queríamos vivirlos en nuestras carnes. Hay una única parada, casi sin señalización, y sin información de ningún tipo, sólo un poste que dice BUS. Tomamos el primero que llega, pues nos dicen que todos van a la Valletta, la capital, y de ahí parten otros autobuses a todas partes.
El destartalado autobús me recuerda los de España hace 40 ó 50 años. Corroboramos que se conduce por la izquierda y bastante mal. Vírgenes, santos, cristos, frases religiosas arropan al conductor.
Llegábamos exultantes y con ganas de comernos Malta, pero el país nos recibe con una bofetada de calor y un paisaje seco, carreteras llenas de baches y pueblos descuidados. Nosotras insistíamos, ilusionadas, cuando los niños arrugaban la nariz: ¡La aventura es la aventura...!
La terminal de autobuses de la Valletta es un auténtico caos. Una enorme plaza redonda con una fuente en medio, la fuente Tritón, y docenas de autobuses entrando y saliendo, dando vueltas y sorteando peatones desorientados y asustados yendo de acá para allá (entre ellos, nosotros), buscando su autobús.
Desempolvando mi oxidado inglés, pregunto para ir a la bahía de Sant Pawl, en la costa norte, más al oeste, que es la única referencia que tenemos del hotel, y nos remiten a un autobús que, efectivamente, nos lleva a la bahía, pero lejos, muy lejos del hotel. Exactamente al otro lado de la bahía. Tuvimos que coger un tercer autobús que nos dejó a unos 10 minutos caminando.
Llegamos al hotel Sunflower muertas de hambre, cansancio y calor, cerca de las cuatro de la tarde, pero había aire acondicionado y el interior no estaba mal.
El entorno, horrible: descampados, construcciones abandonadas y una inmensa iglesia beige y azul, feísima, pero que ha simbolizado nuestro norte para orientarnos cada día a la vuelta.
El resto del día lo dedicamos a comer, instalarnos, chafardear las instalaciones, y visitar la pequeña piscina en la terraza del hotel, pequeña pero suficiente para refrescarse.
El horario de la cena, que acababa a las 20:30 h, nos obligaba a acortar el día.
Las noches se nos harían larguísimas.
2 comentarios:
Yo hice el mismo viaje que vosotros en julio de 2007. Me alojé en Bugibba, en la bahía de St. Paul, y a pesar de que Malta tiene un paisaje un tanto inhóspito y el transporte era un horror, guardo muy buenos recuerdos. Me ha gustado leer tus historias.
Saludos.
Hola, Juanma.
Visto con la perspectiva que te da el tiempo, pienso que Malta está mejor de lo que pude apreciar cuando estuve. Creo que el calor fue determinante. Es para ir en primavera u otoño.
Gracias a ti por leerlas, me gustará verte por el blog.
Un abrazo.
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