martes, 31 de mayo de 2011

Aire acondicionado sin condiciones

En el colmo del despilfarro, el absurdo y el despropósito, he encendido el calefactor en mi despacho.

Hay una salida de aire que nunca descansa, sea la estación del año que sea, y que tengo en el techo, justo encima de mi nuca. En teoría, sale aire caliente en invierno y frío en verano. Sólo dos temperaturas, aunque haya cuatro estaciones. Y el punto de corte, tanto de la temperatura como del período, es ajeno a mi voluntad (bueno, como todo). Ya que no hay termostato, yo preferiría no tener aire de ningún tipo, y poder abrir el gran ventanal que tengo la suerte de tener en el despacho.

Ya no digo nada del ruido, sordo y constante como la lucha que cantaba Raimon (Jo vinc d'un silenci) que me molesta sobremanera, pero yo no puedo trabajar si tengo frío.

He avisado a mantenimiento montones de veces, pero no hay posibilidad de enmienda. No se puede controlar la salida de aire ni la temperatura individualmente por despachos. Como máximo, el ala montaña o el ala mar, lo que no quiere decir que en ellas la temperatura sea igual. La presencia de máquinas en los laboratorios hace que en éstos haga más calor, con lo que tienen que abrir las ventanas, aunque salga aire frío de las rejillas. En teoría no podemos abrir las ventanas, porque además tenemos obras fuera, entra más polvo y ruido.

En alguna ocasión han venido a controlar la temperatura a la que sale el aire de mi rejilla de ventilación y, según el aparato medidor que traen los operarios, está correcta: a 24ºC. Sin embargo, es evidente que en el pasillo hay una temperatura, y a la que entras a la antesala de mi despacho, ya notas frío, y cuando entras en mi despacho, éste ya es siberiano.

Así que harta de luchar contra el complemento circunstancial, además de con el verbo y el predicado, he decidido ser sujeto de la mejora y he encendido un pequeño calefactor que hace tiempo me traje de casa.

Es de locos, por arriba sale aire frío, por abajo caliente, los ruidos se superponen... pero se ha atemperado el ambiente.

¡Esto es otra cosa!

domingo, 22 de mayo de 2011

Hasta enterrarlos en el mar

Acabo de llegar del congreso nacional de mi especialidad que se ha celebrado en Zaragoza. He estado desde el martes absolutamente desconectada de cualquier mundo que no fuese la Anatomía Patológica, sin leer la prensa, sin escuchar noticias. Cuando llego aquí, me encuentro con el sarao.

¿Será verdad que algo está cambiando en la sociedad? ¿Que por fin hemos dicho ¡BASTA!?
Espero que no nos decepcionemos tras el recuento de votos.

¡A GALOPAR!

lunes, 16 de mayo de 2011

Campechano

(Fotografía de Yann Arthus Bertrand)


Yo no veo la vida en blanco y negro, ni siquiera en gamas de grises, sino en distintos tonos de azul y rosa.

Como sabéis, mi trabajo consiste en diagnosticar las enfermedades mediante el examen de los tejidos enfermos a través del microscopio. Para ello, el tejido debe ser cortado en láminas muy delgadas, de micras de grosor, lo que se hace con un microtomo.
Tan finos son los cortes que son transparentes, así que para poder distinguir las estructuras, hay que teñirlas.
Y la tinción de rutina por excelencia, usada desde los inicios de la especialidad, y que no ha sido mejorada por ninguna otra, es la Hematoxilina&Eosina, es decir, una combinación de hematoxilina y eosina.

La hematoxilina tiñe de azul oscuro o violeta las estructuras basófilas (ácidos que tienen afinidad por las bases), como los núcleos de las células, y la eosina en distintos tonos de rosa las acidófilas o eosinófilas (bases que tienen apetencia por los ácidos), como los citoplasmas celulares, o las fibras de colágeno.

La eosina es un colorante sintético derivado de las anilinas, y debe su nombre a la diosa Eos (el equivalente griego de la Aurora de los romanos), que era la doncella del alba quien, con sus sonrosados dedos, descorría cada mañana el negro manto de la noche y anunciaba la inminente llegada de su hermano Helios, el sol.
¡No me diréis que no es poético!

La hematoxilina en cambio, es un colorante natural obtenido del palo de tinte, un arbusto de cuya madera se obtiene por cocción un colorante rojo como la sangre. El palo de tinte es originario de Campeche, provincia de la península de Yucatán, en México. En el siglo XVIII Linneo denominó al colorante sangre de madera, en griego hemato (sangre)- xylon (madera), o Haematoxylum campechianum. Así que la hematoxilina es en realidad roja, pero en contacto con el agua vira a azul púrpura.

Yo conocía el origen de la hematoxilina y se lo cuento a los nuevos residentes que llegan cada año. Pero lo que no sabía es algo que no tiene nada que ver con la hematoxilina y sí con Campeche, y que me ha hecho gracia.
Resulta que Campeche, según dicen, es tierra de vida placentera, y los naturales de Campeche gozan de fama de cordialidad y trato afable. De ahí que a quien se comporta con llaneza y cordialidad, desdeñando formulismos y etiquetas, sin imponer distancias, se denominan en todos los países de habla hispana "campechanos". Como el mismísimo rey Juan Carlos, sin ir más lejos.

Y yo que creía que venía de campo...

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