jueves, 31 de julio de 2008

Día 8. Vuelta a casa













Último día en Malta, con el tiempo justo para recoger y marcharnos.

Nos íbamos de Malta casi todos con ganas. Es una lástima, creo que el calor ha pervertido la percepción. Si alguien viaja a Malta, recomiendo que no sea en verano.


Nos levantamos como siempre, desayunamos, hicimos los equipajes, pagamos la cuenta y nos fuimos a la parada de autobuses.


Teníamos que ir, una vez más, en autobús a la estación central en la Valletta, a coger otro autobús que nos llevaría al aeropuerto.


Salimos con tiempo de sobra para coger los dos autobuses y comer en el aeropuerto antes de embarcar.


No sé cómo lo hicimos, pero subimos a un autobús que iba a la Valletta, sí, pero dando un rodeo impresionante, por lugares por donde no habíamos pasado. Por fin llegamos a la plaza Tritón, donde hicimos el transbordo de autobuses.


Entre la Valletta y Luqa, donde está el aeropuerto, hay unos ocho o diez kilómetros, trayecto para el cual pensaba que emplearíamos quince o veinte minutos, tirando largo, media hora.


No contábamos con que el 8, el único autobús que iba a Luqa, pasaba por todos los pueblos de alrededor, haciendo paradas de diez minutos!


Cuando llegamos al a eropuerto ya me estaba poniendo de los nervios, teníamos el tiempo justito para comernos un bocadillo rápido, y embarcar a las 13:30 h.


Nos dio tiempo a todo, y llegamos bien.


En Barcelona nos esperaba Tonio (gracias! Siempre se agradece que te espere alguien con coche en el aeropuerto).


Teníamos que deshacer las maletas, lavar la ropa, y volver a hacerlas, porque nos íbamos a...

MENORCA!

Día 7. Marsaxlokk






Este fue un desastre de día, diría que el peor. Decidimos ir a Marsaxlokk, un pueblecito pesquero al este de la isla. Parecía que por los alrededores había playas para bañarse (al menos así lo indicaban los mapas). El problema era cómo moverse, o simplemente moverse, bajo el calor.
Llegaban a Marsaxlokk desde Bugibba dos autobuses, el 427 y el 627. El primero iba por la Valletta, y el último por el norte, ruta que no habíamos hecho, así que decidimos cogerlo.
Salía un autobús cada hora en punto, y pretendíamos subir al de las once. A las diez y media ya estábamos en la parada.

A las 10:45 llegó un 427, suponíamos que con retraso (según el prospecto, salía a las diez y media). Yo iba dando vueltas por la estación, no me fiaba que a algún autobús no le cambiasen el número sin avisar. Pasadas las once, ya mosqueada, le pregunté al inspector, quien me informó que hasta las 12 no salía un 627, el de las 11 ya había pasado.
- No puede ser, nosotras no nos hemos movido desde las 10:30 y sólo ha pasado un 427.

- Ah... claro, es que el conductor le ha cambiado el número, y ha pasado a ser un 627...

- !!!

No me lo podía creer. Teníamos los hados en contra... y encima los autobuseros nos tomaban el pelo!

No teníamos alternativa, así que esperamos al autobús de las 12, que partió puntual.

Llegamos a Marsaxlokk cerca de la una. Nos avisaron que el último autobús volvía a las cinco.
La postal que teníamos en la cabeza era la de un pueblecito pesquero lleno de encanto, con mucha gente paseando por el puerto, con terrazas desde donde contemplar las vistas...

Y nada: ni terrazas, ni gente, ni vistas.

En el paseo lo único que había era unos chiringuitos de mercadillo ambulante que vendían los mismos souvenirs que en todas partes.
Parecía que al otro extremo del puerto había una playita, pero la caminata parecía larga, y bajo el calor aplastante no nos veíamos capaces de llegar, sin poder tomar ni una cervecita ni nada...

Eva dijo que diésemos media vuelta.

Convinimos comer y marcharnos. En el mismo puerto, bajo unas sombrillas que acrecentaban la sensación de bochorno, comimos un menú marinero bastante infecto, entre caras de agobio y malestar por el derroche de día que llevábamos.

Mientras tomábamos café, vimos pasar el autobús, a las dos y cuarto. Si el último salía a las cinco, y pasaban cada hora, éste iba tarde.

Creíamos que cogeríamos el de las tres, y lo esperamos en la parada. En un horario que colgaba de un palo (raro, porque ya éramos expertas en paradas de autobuses, y en ninguna había información sobre cuáles pasaban, a qué horas, o qué rutas hacían), constaba que salían a las horas y cuarto (entonces el que habíamos visto antes, iba bien), y que el último era a las 16:15 h.

No entendíamos nada.
El de las 15:15 no pasó. Después de dejar pasar un 27 que iba a la Valletta, al que subieron algunos pasajeros que esperaban con nosotras, por si acaso, sobre las cuatro de la tarde pasó otro 27, al que subimos ya desesperadas. Después de casi dos horas de espera, sin contar las de la ida, todos estábamos bastante crispados.

El 27 nos dejó en Valletta, y propuse ir a Sliema, zona que no habíamos visitado, al este de Valletta, al otro lado de la bahía. A Eva le pareció bien, los niños fueron a regañadientes.

La pelea con los autobuses no había acabado: nuestra guía indicaba que el 63 iba a Sliema, pero después de esperarlo, el conductor nos dijo que no, poco menos que estábamos locas, de pensar que ese autobús fuese a Sliema!
Cuando por fin llegamos, tampoco había mucho que ver, pero nos pudimos tomar un buen vaso de cerveza (de Pepsi, los niños), en una terraza.

De vuelta, estábamos cansados, de no hacer nada, de horas desesperando autobuses, del calor, de la sensación de pérdida del día...

Nos resarcimos en el Harry's.


miércoles, 30 de julio de 2008

Día 6. Las tres ciudades












Esta mañana he ido a una tienda de fotos (que además era tienda de souvenirs y de bolsos y maletas), para descargar las fotos de la tarjeta de la cámara al pendrive. Es la única solución que me han dado, después de consultar en el hotel, donde los ordenadores que tienen son antiguos, y en el cyber, donde no debían tener los drivers porque no se reconocía la tarjeta, a pesar de tener ranura. Por esta operación me han cobrado ¡CINCO EUROS!

No teníamos claro qué íbamos a hacer hoy, así que nos hemos dirigido a la estación de autobuses y de aquí nos hemos ido a Valletta.
Hemos embarcado en un autobús que nos llevaba al otro lado de la bahía este de Valletta, a Las tres ciudades: Vittoriosa, Kalkara y Senglea. Este es el lado pijo de la isla, todo cuidado, limpio, con flores, y unos yates de infarto. En el puerto de Vittoriosa, como ya estábamos acalorados, nos hemos parado en un bar a refrescarnos, y después hemos dado un paseo hasta Kalkara. Las tres ciudades, muy bonitas y tranquilas. Tan tranquilas, que no había ni un restaurante para comer. Volvemos al bar de antes, pensando que podríamos comer, pero no, al parecer sólo dan cenas. La chica del bar nos dice que el único sitio donde quizá nos dan de comer es el el chino de al lado, comandado por una china atípica, muy alta y con muy malas pulgas, que nos sirve de mala gana.

Hemos pasado un calor impresionante, nos hemos cocido.

Después de comer, otro paseo, esta vez por Senglea, ciudad más humilde que las otras dos. Barajamos la posibilidad de volver a la Valletta en barco, pero queda tan lejos la parada que la sola idea de seguir caminando bajo el implacable lorenzo nos hace desestimar la idea, y volvemos en autobús.

De vuelta al hotel, hemos sido los últimos en cenar. Cansadas como estábamos, no teníamos ganas de salir, pero los niños insisten en ir al cyber y, mientras, nosotras descubrimos un pub irlandés chulísimo, el Fat Harry's, con actuaciones en directo.


Día 5. Comino









Vuelta a Cirkewwa, al noroeste de la isla, para coger un barquito que nos llevaría a Comino. Es como una golondrina de Barcelona.
Otro sofoco: anteayer, cuando viajamos a Gozo, en el puerto había un tipo repartiendo propaganda para ir a Comino, que nos convenció utilizando el señuelo de que el viaje de ida y vuelta de los adultos costaba 10 euros, y los niños gratis, señalando a Érik y Àlex. Pues bien, a la hora de la verdad, los niños como los nuestros pagaban medio billete. Me enfrenté al señor, diciéndole que no era aquello lo que había prometido, y acabó sin cobrarnos el pasaje de los niños, pero de muy mala leche. Me molestan estos regateos.

El barco nos llevaba a la Laguna Azul, lugar paradisíaco si no hubiera gente ni barcos. El agua es de color azul turquesa intenso, aunque con rocas en el fondo, y para llegar a esa promesa esmeralda hay que atravesar primero otras rocas cubiertas por algas marrones.

Hay dos orillas, a uno y otro lado de la laguna, con un enjambre de gente, sombrillas y hamacas. En una orilla hay chiringuito, donde se podía comer, y por lo tanto es la más poblada. So pena de quedarnos sin comer, decidimos que nos dejasen en la otra, pensando que estaríamos más tranquilos.

...JA!!!

Un colegio de italianos en viaje de fin de curso en pleno, ocupaba el minúsculo espacio de arena que nos correspondía a tropecientas personas.

Aún así, alquilamos una sombrilla y dos hamacas, y nos colocamos en un extemo, junto a las rocas, casi dentro del agua. El mismo tipo que alquilaba, vendía unos bocadillos infectos que compramos para comer.

Mientras nosotras nos relajábamos, los niños cruzaron a nado hasta la otra orilla, donde había un acantilado de unos 10 ó 12 metros desde donde se tiraron tras valorar los riesgos y ver a otros que también lo hacían.

Presenciamos un desfile de modelos, modelitos, reporteros gráficos, narcisos y otras hierbas, y tras criticarlos abiertamente, aprovechando que no nos entendían, y emularlos posando, cual sirenita, volvimos al punto de partida del barco, de donde nos recogían a las cinco.

El trayecto de vuelta a Malta incluía un paseo alrededor de Comino, acercándonos a las grutas de sus acantilados. Mira por dónde, Eva se quedó sin batería en la cámara, y yo con la tarjeta llena!

martes, 29 de julio de 2008

Día 4. Mdina, Rabat, Dingli.












El calor era insoportable, y nos condicionaba bastante. A Eva más que a mí.
Cogimos el autobús en Bugibba hasta Mdina. Ésta es una ciudad amurallada muy bonita. La verdad, creo que lo mejor que habíamos visto hasta entonces. Cuidada y limpia. De Mdina pasamos a Rabat, la ciudad contigua, donde se celebraba una fiesta religiosa, al parecer en honor a San Pawl. El centro del pueblo estaba engalanado con banderas, luces, cruces, santos, ángeles, vírgenes... todo bastante friki.

Nos tomamos una cerveza en el patio de un bar súper cutre, vacío, no nos hacían demasiado caso porque estaban siguiendo la fiesta por la tele. Dedujimos que se trataba del segundo aniversario de la muerte de Juan Pablo II, de quien parece ser que los malteses son muy devotos.

Decidimos ir a comer a un sitio que prometía, aunque sólo fuera por el nombre: Cosmana Navarra, que luego resultó que no tenía nada que ver con Navarra. Era un restaurante italiano precioso, pero sin aire acondicionado, a excepción de unos insuficientes ventiladores en el techo. La espera de la comida se hizo interminable, parecía que estábamos en el segundo turno, porque cuando nos sirvieron ya se habían vaciado todas las mesas, y empezaban a llenarse de nuevo.

Al salir, cogimos un autobús en dirección a Dingli, donde se suponía que estaban los maravillosos acantilados de 230 metros. El autobús nos dejó en un camino sin una puñetera sombra que teóricamente llevaba al acantilado, a las tres de la tarde, bajo un sol abrasador. Un camino de unos 500 metros en pendiente, en dirección a la costa, al final del cual nos esperaban los acantilados... o no.

Cuando llegamos, descubrimos que pasaba una carretera paralela al mar, y después de ésta habia unas fincas que no se podían atravesar, al final de las cuales estaban los acantilados. Así que nos tuvimos que conformar con verlos de lejos.

Decepcionados, sedientos, volvimos por donde habíamos venido, a esperar de nuevo al autobús. No había un maldito lugar donde poder comprar agua, y la espera nos desesperaba. No sé cuánto tiempo tuvimos que esperar, seguro que fue menos de lo que nos pareció, que fue una eternidad.

Nuestra tabla de salvación en forma de autobús llegó cuando ya dudábamos de que por allí pasase ninguno. Nos dio un paseo por la carretera que discurría paralela al mar, con lo cual descubrimos que nos podíamos haber ahorrado la caminata, luego a la ciudad de Dingli, donde estuvo parado en una plaza con bar un buen rato y gracias a eso pudimos comprar agua.

En Mdina, previa otra buena espera, cogimos el autobús que nos llevaba a casa, rendidos.


A pesar de las interminables esperas, las incomodidades y las vueltas, la decisión de no alquilar coche ya está tomada. No nos atrevemos a salir a la selva automovilística con conducción al revés incluida. Al fin y al cabo, hay rutas de autobuses hacia casi cualquier lugar.

lunes, 28 de julio de 2008

Día 3. Gozo














De momento posponemos lo de alquilar coche. Como tenemos que coger el ferry para ir a la otra isla, seguimos con los autobuses.

En la que empieza ya a ser nuestra segunda casa, la terminal de autobuses de Bugibba, cogemos un autobús hacia Cirkewwa, de la que parte el ferry a las 12. El ferry es enorme, y embarcan también coches. El trayecto hasta Gozo es corto, una media hora.

En el puerto se ofrecían los taxis para llevarte a hacer un recorrido por la isla a un precio pactado, con dos modalidades, uno corto y otro largo. Decidimos cogerlo, con el recorrido largo, para ver lo más posible.

El taxista, John, parecía buena gente. Empezó llevándonos a la capital, situada en el centro de Gozo, Victoria, llamada así en honor a la reina Victoria de Inglaterra, pero los malteses la llaman Rabat. Dentro de lo que habíamos visto, nos pareció una ciudad bonita. En general Gozo parecía más bonita que Malta, quizá porque estaba más cuidada gracias a una menor población. Nos dejó una hora de tiempo para visitar la Ciudadela, la antigua ciudad, desde donde se divisaba prácticamente toda la isla, y dar una vuelta por la ciudad.
El calor apretaba, y se hacía difícil compaginarlo con los paseos, así que acabamos en un bar, refrescándonos.

De Victoria, John nos llevó a la Ventana Azul, un espacio natural rocoso con un arco excavado en la roca, al oeste de Gozo, donde se practicaba submarinismo y donde los niños se bañaron. Junto a la Ventana había una laguna de agua salada, donde volvieron a bañarse, y Eva se animó también, acalorada como estaba. A mí me daba apuro mojarle el coche al taxista, y yo soportaba mejor el calor.

De ahí fuimos a Marsalforn, un pueblecito en la costa norte de la isla, donde teníamos que comer en tres cuartos de hora, así que no vimos más que el puerto, donde comimos. Yo me comí unos macarrones con una salsa típica maltesa, hecha con carne picada y abundantes especias.
La razón de comer tan rápido era porque después John nos llevaba a ver el templo de Ggantija, restos prehistóricos cuya entrada cerraban a las cuatro y media. Como nos sobraba tiempo, Àlex se dejó la camiseta en el restaurante, y tuvimos que volver a buscarla.
Vimos las ruinas, dos templos megalíticos juntos, que estaban rehabilitando, en un cuarto de hora.

Al salir de allí, John nos dio la opción de ir a visitar la cueva de Calypso o ir a la bahía de Ramla a darnos un chapuzón. Hubo consenso. Al fin y al cabo, desde la playa se veía la gruta en lo alto de la montaña.
Mientras nos bañábamos en la playa, John esperaba pacientemente.

A las seis de la tarde nos dejó en el puerto, donde cogimos el ferry de vuelta a Malta.
Le dimos propina, se la había ganado.

Creo que fue el mejor día de este viaje.

domingo, 27 de julio de 2008

Día 2. La Valletta

En Malta amanece más temprano, y desde las seis de la mañana hay una luz cegadora que impide seguir durmiendo. Pero los niños están acostumbrados a dormir en circunstancias peores, y no se despiertan hasta las nueve.
Mientras desayunamos y nos decidimos si alquilamos coche o no, acordamos hoy visitar Valletta, la capital. Nos indican la estación de autobuses de Bugibba-Qawra, que es en realidad como se llama la zona donde estamos.


La plaza circular donde se encuentra la terminal de autobuses de la Valletta está a las puertas de la entrada a la ciudad amurallada. La ciudad es bastante bonita, vetusta, descuidada, sucia, pero con encanto. Me recordaba a Lisboa.
Obligada visita a la co-catedral de San Juan, que tiene obras de Caravaggio. Primera vergüenza, hacemos pasar a los niños por 12 años, para no pagar su entrada, y una de las vigilantes no se lo cree.

Nada que ver el exterior con el interior del templo. Por fuera es sobrio, sencillo, no te esperas lo que te vas a encontrar dentro.
Te avisan que la co-catedral es una casa de Dios, un lugar de culto, y si el atuendo que llevas no te cubre suficientemente los hombros, pecho y piernas, te ofrecen un chal que debes devolver a la salida, junto con el telefonillo que te va dando las explicaciones. Tampoco se pueden llevar tacones de aguja, y hay un cajero automático donde puedes comprar zapatillas por 50 céntimos. A los caballeros sólo se les pide que se quiten el sombrero.
Además, te tienes que poner la mochila delante o en la mano, para evitar que se enganche en las paredes.
La catedral es un derroche de barroquismo, lujo, riqueza, mármoles en el suelo, capillas exuberantes...

Visitamos también el museo, donde están las obras de Caravaggio.
Después de comer visitamos el Museo de Arqueología que, aunque pequeño, me gustó mucho. Como curiosidad, faltaban algunas obras que se habían llevado para una exposición que está teniendo lugar en Alicante.

Pasamos de visitar el Palacio de Armas y el Museo de Historia Natural, que sustituimos por un paseo por la ciudad, con calor sofocante.


De vuelta al hotel, bañito en la piscina, cena y salida a una copita, con los niños. Aún así, volvemos que no son ni las doce.




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