martes, 29 de julio de 2008

Día 4. Mdina, Rabat, Dingli.












El calor era insoportable, y nos condicionaba bastante. A Eva más que a mí.
Cogimos el autobús en Bugibba hasta Mdina. Ésta es una ciudad amurallada muy bonita. La verdad, creo que lo mejor que habíamos visto hasta entonces. Cuidada y limpia. De Mdina pasamos a Rabat, la ciudad contigua, donde se celebraba una fiesta religiosa, al parecer en honor a San Pawl. El centro del pueblo estaba engalanado con banderas, luces, cruces, santos, ángeles, vírgenes... todo bastante friki.

Nos tomamos una cerveza en el patio de un bar súper cutre, vacío, no nos hacían demasiado caso porque estaban siguiendo la fiesta por la tele. Dedujimos que se trataba del segundo aniversario de la muerte de Juan Pablo II, de quien parece ser que los malteses son muy devotos.

Decidimos ir a comer a un sitio que prometía, aunque sólo fuera por el nombre: Cosmana Navarra, que luego resultó que no tenía nada que ver con Navarra. Era un restaurante italiano precioso, pero sin aire acondicionado, a excepción de unos insuficientes ventiladores en el techo. La espera de la comida se hizo interminable, parecía que estábamos en el segundo turno, porque cuando nos sirvieron ya se habían vaciado todas las mesas, y empezaban a llenarse de nuevo.

Al salir, cogimos un autobús en dirección a Dingli, donde se suponía que estaban los maravillosos acantilados de 230 metros. El autobús nos dejó en un camino sin una puñetera sombra que teóricamente llevaba al acantilado, a las tres de la tarde, bajo un sol abrasador. Un camino de unos 500 metros en pendiente, en dirección a la costa, al final del cual nos esperaban los acantilados... o no.

Cuando llegamos, descubrimos que pasaba una carretera paralela al mar, y después de ésta habia unas fincas que no se podían atravesar, al final de las cuales estaban los acantilados. Así que nos tuvimos que conformar con verlos de lejos.

Decepcionados, sedientos, volvimos por donde habíamos venido, a esperar de nuevo al autobús. No había un maldito lugar donde poder comprar agua, y la espera nos desesperaba. No sé cuánto tiempo tuvimos que esperar, seguro que fue menos de lo que nos pareció, que fue una eternidad.

Nuestra tabla de salvación en forma de autobús llegó cuando ya dudábamos de que por allí pasase ninguno. Nos dio un paseo por la carretera que discurría paralela al mar, con lo cual descubrimos que nos podíamos haber ahorrado la caminata, luego a la ciudad de Dingli, donde estuvo parado en una plaza con bar un buen rato y gracias a eso pudimos comprar agua.

En Mdina, previa otra buena espera, cogimos el autobús que nos llevaba a casa, rendidos.


A pesar de las interminables esperas, las incomodidades y las vueltas, la decisión de no alquilar coche ya está tomada. No nos atrevemos a salir a la selva automovilística con conducción al revés incluida. Al fin y al cabo, hay rutas de autobuses hacia casi cualquier lugar.

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