lunes, 22 de agosto de 2011

Hic est enim calix sanguinis mei

Yo tengo una teoría, no contrastada, sobre el alcohol. Cuando la cuento, me miran con cara extraña, cuando no se ríen directamente.
No he podido comprobarla porque en el trabajo de campo, la cohorte o serie es sólo de uno, es decir, yo.
Creo que el alcohol, además de eliminarse por el hígado y el riñón, se elimina también con las palabras.
Lo que he comprobado en mí: si tomo una copa de alcohol sola, sea cerveza, vino o un combinado, directamente tengo que irme a dormir, de la cogorza que pillo. En cambio, si estoy acompañada, mi capacidad de aguante se multiplica por dos o por tres, y creo que es porque en compañía hablo y hablo, y voy depurando, mientras que si estoy sola, le dejo todo el trabajo a mis órganos internos y les cuesta más, con lo que llega al cerebro más cantidad y antes.

Me falta hacer el experimento de estar sola, beber, y hablar por los codos, aunque sea con las sillas, para discriminar si el efecto es realmente por mi perorata, o es por tener la atención distraída en otras cuestiones.

En estas trascendentes y sublimes elucubraciones me ha sumido la Jornada Mundial de la Juventud. Tan hondo me la calado la visita de su santísima, que no se si tirarme al tren, o al maquinista.
De momento, me he tomado una copa de vino y... pues eso, que me voy a echar un rato.

(Los que tenemos una edad y hemos estudiado latín, sabemos la traducción del título. Para los que no: Éste es el cáliz de mi sangre)

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