martes, 24 de agosto de 2010

Báculo

Llamadme inculta, me lo merezco:
No tenía ni idea de que la mayoría de los mamíferos macho tienen un hueso en el pene (baculum, os penis) que les permite la erección. Y se llama báculo. Como el bastón de los obispos.
¡Qué casualidad! No hagas que pose en ti mi báculo, adquiere ahora para mí un significado que no me atrevo a verbalizar.
Al margen de las interpretaciones erótico-festivas de los prelados con su báculo, entono un mea culpa que viene que ni pintado, por mi supina ignorancia.

Recuerdo de jovencita, en el instituto, hacer bromas con los amigos sobre un supuesto hueso peneano, al que bautizamos "tibio", y había quien creía que existía realmente.
Por similitud y cercanía, asumí que los mamíferos no humanos tampoco tenían hueso peneano, y nunca nadie me sacó de mi error.
Pues lo tienen primates, carnívoros, murciélagos, roedores e insectívoros.

La curiosidad me ha animado a profundizar sobre el tema, y me he enterado de otra cosa todavía más sorprendente: ¡las hembras también tienen un pequeño hueso en el clítoris!
Para empezar, ni siquiera sabía que las animalas tenían clítoris. (¿Sentirán placer en la cópula? ¿Habrá más vaginales o clitoridianas?)
Yo que pensaba que las mujeres éramos únicas, al tener un órgano (o parte de él) dedicado exclusivamente al placer...

Si pensamos que el clítoris tiene una estructura muy parecida a la del pene, pero más pequeño e interno, no resulta tan extraño que si el pene de los machos tiene hueso, el clítoris de las hembras tenga uno también, más pequeño (baubellum, os clitoridis).
Lo que ya no es tan lógico es que la hiena moteada hembra tenga un os clitoridis tan largo que supera al pene del macho. Mide de 15 a 20 cm y es capaz de ponerse erecto. Las manadas son un matriarcado, ellas lideran la caza, son más grandes y fuertes, y se pavonean con su clítoris.
Al parecer, durante la vida fetal sufren un exceso de testosterona debido a un déficit de aromatasa, enzima que degrada la testosterona, y sufren (o no) las consecuencias el resto de su vida. Las hembras de esta especie de hienas no tienen vagina, y su órgano genitourinario es el clítoris, por donde orinan, copulan y paren. Naturalmente, el hieno no copula si la hiena no lo permite, y cuando lo hace, es bastante complicado. Para ello la hembra debe contraer potentes músculos para replegar el clítoris y que se abra un orificio. El parto es muy doloroso, mueren hasta un 20% de ellas durante el primero, y un 60% de las primeras crías.

Pues no sé de que se ríen.

domingo, 15 de agosto de 2010

Cine

(fotograma de El silencio de Lorna)


Las últimas películas que he visto conforman una estrella de tres puntas, a cuál mejor en su estilo y sin embargo diametralmente opuestas. Una intimista, una de conflictos personales e inmigración, y una trepidante.

La primera, Villa Amalia (Villa Amalia, Benoît Jacquot. Francia 2009), es la historia de una pianista que en un momento de su vida, tras ver a su pareja besándose con otra mujer (aunque el detonante es lo de menos), decide plantarlo todo, sus conciertos, su apartamento, su vida anterior, en definitiva, y se embarca en una huída sin destino predeterminado. La protagonista, Ann (interpretada magistralmente por Isabelle Huppert) desmonta su acomodada existencia sin que le tiemble el pulso, para iniciar una nueva vida y encontrarse a sí misma, lo que logrará en una pequeña isla italiana, en una desvencijada casa donde habitan el paisaje, y ella. Una película con poco diálogo, sin un argumento tal como lo entendemos, es decir, no hay una historia en la que se desarrolle y resuelva una trama, cuenta con unos paisajes impresionantes, que transmiten la paz que busca la protagonista, y con una Isabelle Huppert que, como he leído por ahí, no interpreta, sino que somatiza sus personajes. Creo que para apreciar la película hay que empatizar con el personaje, cosa que a mí, además de que la Huppert es pelirroja y pecosa, no me ha costado nada. La ruptura con todo, la huída y la desaparición a un lugar recóndito, aunque sea temporal, se me ha planteado muchas veces, sin ir más lejos este verano.

La segunda, El silencio de Lorna (Le silence de Lorna, Jean Pierre y Luc Dardenne. Bélgica 2008. Premio al mejor guión en Cannes 2008) es una historia de amor, aunque no lo parezca. Lorna (Arta Dobroshi) es una inmigrante albanesa casada por conveniencia con un yonqui belga, Claudy, para obtener la nacionalidad, gracias a Fabio, un mafioso local. Éste planea asesinar al marido aprovechando su drogodependencia, para que así Lorna se pueda volver a casar con un ruso, dispuesto a pagar mucho dinero para conseguir a su vez la nacionalidad. Lorna se implica en esta mafia para conseguir dinero con el que montar un bar con su novio Sokol, enterado de todo.
La película toca el tema de la inmigración y las mafias relacionadas con ella, la utopía que representa el primer mundo, pero sobretodo se trata del conflicto de Lorna, por no haber podido salvar a Claudy, y a quien sólo en un momento se ve reír, carcomida por el sentimiento de culpa. Algo que no entraba en sus planes y que trastoca incluso su percepción de la realidad. El tramo final del film es un poco irregular, para mi gusto, resuelto de forma ambigua y precipitada. La actriz que interpreta a Lorna es una deliciosa kosovar que me recuerda mucho a Ariadna Gil.

Y la tercera, la superproducción Origen (Inception, Christopher Nolan. Estados Unidos/Gran Bretaña 2010), del director de Memento y El caballero oscuro. Una fantástica cinta de cine fantástico, ciencia ficción al estilo Matrix, con un reparto ajustado al presupuesto. Protagonizada por Leonardo di Caprio, con el que me he reconciliado, y Marion Cotillard, aparecen también Ken Watanabe, Tom Berenger y Michael Caine, entre otros.
Cobb (di Caprio) es un ladrón que accede a información privilegiada introduciéndose en los sueños y el subconsciente de sus víctimas (en este sentido me recordó a Olvídate de mí, donde unos especialistas borraban partes específicas de los recuerdos de sus clientes). Quiere rehabilitarse y volver con sus hijos, y sólo será posible si lleva a cabo un último trabajo, algo diferente a lo que ha hecho hasta ahora: en lugar de robar secretos, deberá introducir una idea en la mente de un rico heredero. Para lograrlo, reunirá un equipo en plan Ocean's eleven, con varios especialistas en diferentes campos.
La película tiene efectos especiales espectaculares, el guión es sólido y, aunque cuesta seguir el hilo de las explicaciones de la metodología que siguen, el objetivo es claro. Trepidante de principio a fin, te mantiene alerta y las casi dos horas y media que dura se pasan volando. Mi único pero, que los personajes secundarios y sus motivaciones están poco elaborados. Pero en el conjunto de la película, esto es una minucia. Altamente recomendable para los amantes del cine de acción y fantástico.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Pol

Hoy es el cumpleaños de Zapatero, de Obama y de un novio maltratador que tuve. Naturalmente, me importa un rábano.
Pero también es el cumpleaños de Pol, mi hijo mayor, y eso sí me importa. Cumple 21 añazos, de los cuales más de la mitad no lo hemos celebrado juntos. Siempre coincide que por estas fechas está con su padre. No importa, porque lo celebramos a destiempo. Hay gente que le da mucha importancia a celebrar las cosas en un día determinado, el que toca, y es un sacrilegio para ellas dejarlo para otro momento. A mí me da igual, se trata de celebrar que está en el mundo, que me cambió la vida, que se está convirtiendo en un hombre maravilloso, que es una buena persona, que es un artista...

Nació un año después de casarme, un pedazo de niño de más de 4 kg, que enseguida hizo olvidarme que la había cagado casándome con su padre. Mi atención se centró en él y consiguió durante un tiempo que dejase de lamentar haber errado el camino.

Ponerle nombre tuvo su miga.
Por aquella época, Pol no era un nombre común ni mucho menos (no como ahora, que hay más Pols que Jordis), apenas se conocía por la población del Maresme, Sant Pol de mar.
Unos años antes de que naciese mi hijo, conocí a un niño que se llamaba así. Me pareció tan bonito, corto, simple y varonil que decidí que, si algún día tenía un hijo, se llamaría así.

En cuanto supe que tendría un niño, a los 4 meses de embarazo, y empezamos a pensar en el nombre, se lo comuniqué a mi marido. Siguiendo en su línea, no me contradijo: ni sí ni no, sino todo lo contrario (su estrategia siempre fue la de calla, jode y apaña).
Así que mi familia, a la que le encantaba el nombre, y yo, cuando nos dirigíamos al pequeño que llevaba en el vientre, le llamábamos Pol. A su familia, andaluza, no le gustaba nada el nombre, en especial a su madre, que se había quedado viuda hacía pocos años y tenía reservado para su primer nieto el nombre de su marido, ANTONIO, como se llamaba también su primogénito (que NO era mi marido).

Llegó el momento del nacimiento, y cuando la comadrona nos preguntó si ya sabíamos el nombre que le íbamos a poner a aquel niño tan grande y tan guapo que acababa de llegar al mundo, para ponerlo en la pulserita identificativa, fue cuando su padre desveló que no, que NO LO SABÍAMOS. Mi consternación fue grande, pero acepté que si no le gustaba, tendríamos que buscar otro nombre. Mi alternativa era buscar uno que nos gustase a los dos, creo que la más lógica.
Pues bien, la suya, ante mi rotunda negativa a que se llamase como el abuelo fallecido, era ponerle un nombre compuesto al niño, uno de los cuales lo elegiría yo, y el otro sería ANTONIO. Así, él solo estuvo barajando, durante los 15 días siguientes en los que mi hijo era "el niño", "el pequeñín", "el nene", "el bebé" y cosas por el estilo, nombres tan telenoveleros como Pol Antonio, Antonio Pol, Guillermo Antonio, Antonio Adrián, y otras lindezas por las que yo no estaba dispuesta a dar mi brazo a torcer.
Llegó el día en que "el niño" tenía que inscribirse en el registro civil, daban un máximo de 3 semanas para hacerlo y seguíamos sin ponernos de acuerdo. Tan harta estaba del tema, que le dije a mi marido que se fuese a registrarlo y le pusiese el nombre que le diese la gana. Aún desde el Registro me llamó por teléfono para proponerme algún otro nombre absurdo, a lo que le grité de nuevo que lo llamase como quisiera.
Volvió habiéndole puesto Pol, sólo Pol, pero con varios tachones previos en el documento.

Mi suegra se murió casi sin llamar a Pol nunca por su nombre, se dirigía a él como "el nene".
MOLTES FELICITATS, CARINYO MEU!!!

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