domingo, 15 de enero de 2012

No habrá paz para los ingenuos

Iba a empezar esta entrada, después de tres meses sin escribir (montón de cosas han pasado, unas malas y otras peores, algunas muy buenas, como el encuentro en Madrid con mis buenas amigas), diciendo que me iba a cambiar el alias. En lugar de Maikix Tiquismiquix, iba a llamarme Antoñita la Fantástica, o Bob Esponja, o Candy-Candy...

Pero no. Puede que me haya equivocado con el apodo que mejor me define, pero también soy tenaz y me gusta aprender, así que en lugar de ajustar el título, me ajustaré yo.

Y es que ya me he cansado de ser Ingenua.
La ingenuidad en sí misma no es mala ni buena, no debe confundirse con la estupidez o simplicidad, cosa que hacen muchos no ingenuos. Y es ahí donde duele. Se es ingenuo no por estúpido o ignorante, sino si acaso por un exceso de naturalidad y de llevar la franqueza y la sinceridad más allá de lo que es estrictamente necesario y resulta recomendable.
El ingenuo carece de capacidad para el disimulo y el fingimiento (incluso cuando es pertinente), y le falta  aptitud para la sospecha y la desconfianza. Cree que las cosas son siempre lo que parecen, de la misma manera que piensa que tiene que parecer siempre lo que es, siente o piensa. Considera que los demás son siempre creíbles ya que nadie, al igual que él mismo, tiene necesidad de fingir.

¿Recomendable? Para nada. 
El ingenuo no tiene ningún problema para sobrevivir mientras no se tope con los tiburones, chacales, buitres, hienas y otras hierbas eufemísticas que se aprovechan de él, y que son legión.
Por el contrario el astuto... ¡Ay, el astuto! Me he leído el programa de estudios, y ya he decidido lo que quiero ser de mayor:
Mamá, quiero ser Astuta. Si no puedes con tu enemigo, únete a él.

De la misma manera que la ingenuidad no es manifestación de tontería, la astucia no es sinónimo de inteligencia. Aunque se puede ser ingenuo y tonto, pero difícilmente se puede ser tonto y astuto. Sin intelecto no hay astucia que valga, pero tanto ésta como la ingenuidad son fruto del temperamento y del carácter, y a veces también de la experiencia y la edad. Así pues, ser astuto no es fácil, especialmente cuando no viene de serie, pero se puede aprender, y a eso voy.

La Astucia, al contrario que la ingenuidad, es el arte del fingimiento y el disimulo. No se es astuto si no se empieza por disimular que se es, aunque para ello uno tenga que hacerse pasar justamente por candoroso e ingenuo.
Para ser astuto no hay que ser necesariamente retorcido y malévolo, egoísta o embustero, ni hay que asociar necesariamente astucia con engaño, ya que el objetivo que se persigue con la astucia puede ser noble. Se puede ser astuto sin engañar, y serlo, además, para evitar que a uno le engañen. Es una simple estrategia.
Y así como la ingenuidad que nace del desconocimiento no es más que ignorancia, la astucia que se basa en la utilización de la mentira o el engaño, traición o chantaje, no es astucia, sino maldad.

¿Cómo se hace para ser astuto? 
La astucia consiste, entre otras cosas, en saber cuándo hablar y cuándo callar.
Para ser astuto, pues, hay que ser capaz de simular y disimular, fingir y controlar, obtener la máxima información proporcionando la mínima. Pero, sobre todo, saber cuándo conviene hacer eso y cuándo justamente lo contrario. A veces lo más astuto es no fingir ni disimular en absoluto. Que se tenga la capacidad para hacerlo (cosa que no tiene el ingenuo) no significa que haya que hacerlo a todas horas. El astuto es, primordialmente, un individuo capaz de calcular y controlar lo que ha de hacer o decir.
Caracteriza al astuto la ausencia de espontaneidad y naturalidad, el permanente control que ejerce sobre sus impulsos y sus emociones, la frialdad y el cálculo permanente que le conduce a no dar un paso sin saber y decidir previamente dónde quiere poner el pie. Y el astuto puede esperar el tiempo que sea preciso para hacerlo. Ser astuto implica, por tanto, ser paciente. El astuto sabe aguardar siempre el momento oportuno. 

Nadie dijo que fuese fácil. Especialmente cuando se parte del lado opuesto. ¡La ley del péndulo! 
Pero no hay que caer en los extremos, la virtud siempre está en el medio: No creer en cuentos de hadas ni descubrir peligros en cada gesto o en cada palabra; no vivir para engañar, pero tampoco para ser engañado; ni mangonear ni dejar ser mangoneado.

(Digo yo que en los estudios se incluirá aquélla acepción del juez comprensivo con el marido que llamaba zorra a su mujer, sin ánimo de insultarla).

La información sobre ingenuidad y astucia la he obtenido de aquí.

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