viernes, 25 de julio de 2008

Vacaciones en Malta





Nos hemos quitado la espinita de Malta, que tapaba un agujerito por el que se nos ha escapado el aire, y nos hemos desinflado.

Hemos hecho todo lo posible: hemos ido con buenos ojos, buena voluntad y mejor predisposición, y aún así no hemos cubierto expectativas.

Malta es pequeña y superpoblada, sobre esto íbamos avisadas y no nos ha sorprendido. Pero es tan árida, seca, sin vegetación, que los pueblos se funden y confunden con el paisaje, todo es monocromático, del insulso color beige de la piedra caliza, destacando únicamente en todos ellos una o más cúpulas de enormes templos.

Por el tipo de construcción, recuerdan a los pueblos árabes, con terrados no cubiertos, pero a diferencia de éstos, con la piedra viva, sin encalar, erosionada por el viento y el tiempo.

La mayoría de viviendas tienen un balcón típico, abierto, con barandilla, o bien cerrado con una pequeña tribuna con ventanas venecianas, que si estuviesen pintadas y cuidadas le daría un toque de gracia y otro semblante a los edificios.







Tampoco íbamos engañadas por las playas, sabíamos que las hay contadas con los dedos de una mano, y petadas de gente, sombrillas, tumbonas y chiringuitos. Sus costas rocosas añaden dureza a la aridez del paisaje, que no lo suaviza la transparencia de las aguas.



El turismo básicamente es británico e italiano. En cuanto a los británicos, se encuentran como en casa (no en vano colonizaron los últimos ciento cincuenta años hasta la independencia en 1964), a pesar de que la única herencia que han dejado son los coches con el volante a la derecha y la conducción a la izquierda, así como las típicas cabinas. La mayoría son parejas de mediana edad, obesos y tatuados ambos hasta las cejas, o bien familias enteras. Los italianos suelen ser grupos de estudiantes en viaje de fin de curso exhibiendo, como en todas partes, sus modelitos y su escandaloso modo de comunicarse.







Los autobuses y sus conductores son los dueños de la isla.
Todos los autobuses están pintados de color naranja y amarillo, con el techo blanco, tanto los antiguos como los modernos, y por fuera están muy cuidados. Otra cosa es el interior.
Sólo tienen una puerta, de entrada y salida, por delante, que está permanentemente abierta. El conductor es a la vez cobrador, y para pedir parada un cordón recorre el autobús por el techo, que se debe estirar para que suene un timbre. A los parroquianos conocidos los paran en la puerta de sus casas, y bajan casi en marcha. Suben revisores que se toman en serio su trabajo, reclamando los billetes.
Los conductores llevan un uniforme azul con la camisa desabrochada, que cubre sólo parcialmente unos barrigones cerveceros y en cambio deja al descubierto toda la chulería que despliegan sin pudor. No respetan señales, peatones o límites de velocidad. Muchas veces hablan por el móvil a la vez que conducen, corren como demonios y redondean al alza el precio del billete. Mantienen una actitud prepotente (con algunas destacadas excepciones, como el que nos indicó cómo llegar al hotel, que hasta se bajó del autobús para orientarnos), pasando de ti sin mirarte siquiera cuando les preguntas.







Los malteses tienen pinta de árabes, y el maltés suena a árabe, aunque la grafía sea latina, y en general son amables, hospitalarios y muy religiosos, pero tratan al turista como aquí hace años: despectivamente, creyendo que no se enteran de nada. Lo curioso es que, pareciendo musulmanes, son cristianos. Hay iglesias hasta aburrir, y encima adornan las casas con motivos religiosos: al lado de cada puerta hay una virgen o un santo, y en los balcones con frecuencia ponen cruces y lucecitas alrededor. En cada esquina, una hornacina con una imagen religiosa, y estatuas del salvador por los caminos.




El aire militar de Malta, con tantísimas fortificaciones y murallas, ha sumado negativamente en la apreciación, pues a mí la música militar nunca me supo levantar, y la religiosa, mucho menos.

El sofocante e ineludible calor ha sido la puntilla del viaje, más para Eva que para mí.


Así que, resumiento, a pesar de tener cosas dignas de ver, Malta no me ha parecido un destino especialmente recomendable.
El Hyppogeum, para mí el resto prehistórico más importante, no se puede visitar si no se ha solicitado con meses de antelación, cosa improbable para la mayoría de profanos.

Me ha parecido cutre, me ha recordado la España de los años 50 ó 60, anticuada y sucia. Quizá en unos años se modernice, no olvidemos que está en la Unión Europea desde el 2004.

También hay que decir que venimos de una situación privilegiada: veranear en Menorca desde hace ocho años sitúa el listón muy alto y por todos es sabido lo odioso de las comparaciones.


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