lunes, 8 de septiembre de 2008

Míkonos





Tendréis que disculparme. He vuelto perezosa.

Después de una semana en Míkonos, tomando el sol, cerveza, copas entre gente guapa, oyendo griego y disparando sin parar fotos a las capillitas, las calles, las escaleras, a Petrus... sin dejar de ver el mar, de ese azul intenso que exhibe el Egeo, y que contrasta con el encalado de las casas y destaca las ventanas azules y rojas... Quién es capaz de dar un palo al agua?

Te limitas a recordar, a repasar las fotografías una y otra vez, a pensar lo bien que se está de vacaciones, cuánto favorece el sol, qué difícil es el griego, qué divertido es ir en moto, qué fría estaba el agua, qué caro estaba todo, qué bien lo hemos pasado...

Míkonos es una islita pequeñita, y una semana da para recorrerla entera y disfrutarla bien.
Me alegra haber podido patearla y haber hecho de todo, no me gustan los viajes relámpago en los que, si ves algo, lo ves por encima, donde puedes decir que has estado, pero no que conoces.
Me ha recordado mucho a Menorca, en el sentido de isla pequeña y cuidada, urbanísticamente no se permiten las casas de más de dos plantas, así que es como Binibéquer, pero a lo grande, y con muchísimas tiendas, de ropa de marca, joyerías, de artesanía... la mayoría para gente con mucha pasta.

Por la noche se transforma y pasa a ser como Ibiza. Casi no se puede caminar por las calles, mucha gente, MUUUY arreglada, con unos tacones imposibles caminando por el suelo irregular, pieles morenas y cuidadas brillando bajo la luz de los lugares de moda, piernas al aire rematadas en los pies bien por sttilettos o por botas de invierno (moda que al parecer se ha impuesto este verano y que no entiendo). Ropa cara, gasas, mucha pedrería, cabellos impecables, tanto ellas como ellos. Y sobretodo los gays, que desplegaban sin pudor todo su arsenal de seducción. Ya ni hablar de los travestis, a quienes no falta detalle de adorno, desde la cabeza a los pies, acaparando la atención y sirviendo de reclamo a los locales.

Los pobres lugareños no deben poder dormir, porque los bares compiten con el volumen de su música. Una música, en general, estridente y machacona. Música discotequera de los años ochenta remasterizada y acelerada. Nosotros buscábamos sitios donde pusieran música griega, suave, a medio camino entre los fados y la música árabe, o bien locales donde un pincha nostálgico nos deleitaba con música de nuestra onda.

Ahora sí, ya se han acabado las vacaciones.


1 comentario:

Tonio dijo...

En sintonia !!!

Mikonos de esos lugares que recomendarias a un amigo, pero te pensarias de volver... por temor de estropear los preciosos momentos vividos.

UN beso, flaca.

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