martes, 16 de diciembre de 2008

¡Copioneeees...!

El Diccionario de la Lengua Española define plagiar como copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias.
La ambigüedad de esta definición se refleja incluso en el discurso jurídico: el Código Penal tipifica el plagio sin dar una definición explícita.
Al parecer, en música se considera ilegal un mínimo de entre tres y ocho compases repetidos, en función del país, para que se pueda hablar de plagio. Sin embargo, es una práctica habitual.

Joe Satriani (virtuoso guitarrista de rock, un poco plasta a mi humilde e ignorante parecer, después de haberlo visto en directo en el Palau) acusa a Coldplay de haberle plagiado con Viva la vida su tema instrumental If I could fly (2004). La misma canción ya fue sospechosa de plagio de The Songs I didn't write (ironías de la vida) de los Cready Boards.
He escuchado el tema de Satriani (ralentizado, eso sí), y debo decir que se parece mucho al de los Coldplay, la verdad. Yo no sé si será una copia descarada, quizá lo único que indica es que el tema es simplón (y sin embargo me gusta, quizá por eso).

Cuando salió el último disco de Bunbury, también le acusaron de plagio, por unos versos que había utilizado en las letras de sus canciones, de los poetas Pedro Casariego y Joseba Sarrionandia. Es algo que no se puede negar, el problema aquí es que no los citó en los créditos. A pesar de eso, y de que sea amigo de El Hijo de el Santo, a mí me gusta mucho el álbum.

Como ya dije aquí, Woody Allen fue acusado de plagio por su película Vicky, Cristina, Barcelona.

Hace un tiempo me encontré con una página web en la que se acusaba a José Saramago, el premio Nobel de literatura, de plagio por su cuento Las intermitencias de la muerte.

Podría seguir ad infinitum con los poetas, escritores y músicos copiones, desde Led Zeppelin a Campoamor, pasando por Michael Jackson, Shakespeare, George Harrison, Oasis, Fray Luis de León, Samaniego, Madonna o Garcilaso.

Os voy a poner aquí unos párrafos de Juan Valera extraídos de un artículo que escribió en la Revista Contemporánea sobre La originalidad y el plagio, el 15 de febrero de 1876:

.../...Sería una locura negar la originalidad. Alguien inventó, alguien pensó y dijo las cosas antes de que nadie las dijese. Lo que aquí se hace es afirmar que las cosas nuevas, pensadas y dichas, son muchas menos de lo que se imagina. Salomón, o quien fuera, hace ya muchos siglos dijo, no sin razón, que no había debajo del sol nada nuevo.
.../... La verdadera y buena originalidad ni se pierde ni se gana por copiar pensamientos, ideas o imágenes, o por tomar asunto de otros autores. La verdadera originalidad está en la persona, cuando tiene que ser fecundo y valer bastante para trasladarse al papel que escribe, y quedar en lo escrito, como encantada, dándole vida inmortal y carácter propio.
.../... Ni se crea que esto es tan fácil. Los autores vulgares apenas tienen alma, y su alma ni sale retratada, ni queda en el estilo. Bien podrán no imitar a nadie; pero no serán originales: serán cualquiera cosa: lo que todo el mundo es.
.../... Vale más copiar una discreción o una cosa bella, que decir una sandez, una frialdad o un desatino propio, dado que sandeces, frialdades y desatinos no sean también copiados. Lo que nada vale no tiene dueño; mas no por eso se ha de suponer que lo crea o engendra quien lo toma. (La negrita es mía)

Nada ni nadie se escapa del plagio. Yo no tengo nada en contra de inspirarse en algo que ya está hecho y retocarlo, darle otro estilo, otro enfoque, ampliarlo o resumirlo, mejorarlo (o no). Lo que me parece un descaro es apropiarse de una obra, modificar lo mínimo (o no) para poder decir que es diferente, y pretender pasarlo como propio.

Y es que todo está inventado. Y encima, con las nuevas tecnologías, es tan fácil hacer un cortar y pegar...

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