
En cada uno de los instantes, una cosa es según el entorno a su alrededor, es algo dinámico diferente en cada momento, que nunca se repetirá de la misma forma. El orden y el desorden siempre son distintos, así que no tiene sentido pretender que se den las mismas circunstancias para producir un efecto deseado, que recordamos de otra vez, porque los elementos ya no son los mismos.
Nada en realidad es un círculo (ni siquiera el círculo vicioso), sino una espiral. Nada vuelve al punto de partida, aunque se parezca, aunque queramos. El punto inicial ya no existe y por lo tanto no se puede recuperar.
Quizá eso sea la relatividad del tiempo y del espacio: la materia es funcional e interactiva, elástica e inmortal.
Llegados a este punto, no hay escondite posible, no se puede huir voluntariamente de la realidad, te persigue allá donde te escondas. Quizá es un mecanismo de defensa natural la enajenación, mientras los que permanecemos cuerdos (?) luchamos para sobrevivir por encima (o a pesar) de los elementos.
El lenguaje me traiciona y no cumple su misión. No me sirve: Estamos condenados a la entropía, al caos más absoluto, al desacuerdo permanente.
Cada individuo es una espiral que ha evolucionado según sus interacciones ambientales, familiares, oníricas o lo que se quiera, las circunstancias de las que hablaba Ortega y Gasset, y las espirales no se funden, como mucho se enredan.