martes, 12 de octubre de 2010

Antony and the Johnsons

Descubrí a los Antony and the Johnsons en febrero de 2005. En un programa de radio, un comentarista de música dijo que era lo mejor que había escuchado últimamente, puso un fragmento de una de sus canciones, y me atrapó. Supongo que fue la música adecuada en el momento adecuado.

Jamás me había pasado nada parecido con ningún otro grupo. Me compré el disco que acababan de editar, el segundo largo de su carrera, y recopilé todo lo que habían publicado hasta entonces. Lo escuchaba día y noche sin parar. Su música invadía mi interior y me rellenaba como si se tratase de plastilina que ocupase mis huecos. Lo recomendaba a todos mis amigos y conocidos, y no entendía cómo podía no gustar o ser indiferente a alguien.
Antony, el líder y alma del grupo, me parecía un ser atormentado, por su manera de cantar y por las letras de sus canciones, y su voz, profunda, melodiosa, desgarradora, encauzada en unas melodías difíciles, diferentes, sobrecogedoras... es algo que no se puede explicar con palabras: hay que oírlo.
Su look es también bastante peculiar, lo que se dejaba ver en las carátulas de sus discos.

Contagié mi entusiasmo a un gran amigo (luego fue él mismo mayor entusiasta que yo), quien me sorprendió en agosto con la compra de unas entradas para el primer concierto de su primera gira por España, en Cartagena, en el auditorio al aire libre del parque Torres. Hice unas cuantas piruetas en el alambre para poder asistir, y finalmente fuimos.

Debo decir que no soy muy amante de ir a conciertos y no he ido a muchos, por la sencilla razón que me agobian las multitudes (en el último concierto al que había ido, de Sabina, me desmayé). Sin embargo, éste era con asientos, en un teatro romano, con música intimista y con un target de asistentes asumible para mí.

El inicio del concierto se retrasó, y la expectación era máxima. Yo me sentía como una niña a quien llevan por primera vez a un espectáculo insólito, tantas eran mis ganas de conocer a Antony.
El escenario, a oscuras, con un piano iluminado, era el centro de toda la atención de los asistentes que llenábamos el teatro. De repente, apareció una figura humana enorme, algo encorvada, embutida en una camisa blanca y unos pantalones negros (rotos), con un bolso colgado de un hombro, y pelo negro lacio largo. Parecía una mujer grandullona, con unos andares no especialmente gráciles. Se sentó al piano, y empezó a cantar.
Yo, que durante los meses anteriores había oído miles de veces las canciones de Antony and the Johnsons y me sabía las letras, no reconocía lo que aquel personaje estaba interpretando, ni al personaje mismo.
Inmediatamente pensé que era una broma. Me parecía un hombre disfrazado de mujer de la limpieza de pega, que nos estaba entreteniendo porque Antony llegaba tarde. Pero a medida que avanzaba en la pieza, conseguí reconocer algunas notas, y cuando me convencí de que aquella cosa era Antony, me sentí un poco decepcionada.

Sin embargo, al poco me cautivó. La pasión con la que interpretaba las canciones (a su libre albedrío, porque muchas se parecían poco a las que yo había oído en las grabaciones), su simpatía, haciendo participar al público en algunas de ellas, consiguieron hacerme suya. Aquel corpachón destilaba la sensibilidad de la que yo me había enamorado en sus discos, y no me defraudó. Salí extasiada del concierto (nunca te lo agradeceré bastante, Tonio).

Con ese segundo disco saltó a la fama, empezó a dar conciertos por todo el mundo, y su música incluso llegó al cine, primero de manos de Isabel Coixet en La vida secreta de las palabras, después a series y anuncios de colonias...

Me ha hecho recordar todo esto la noticia de la publicación ayer de su cuarto disco, Swanlights, que he podido escuchar aquí. Aunque ya no escucho sus canciones tan a menudo, sigo sus pasos y tengo todo lo que ha publicado. En elpais.com han publicado hoy una entrevista en la que Antony se define como transexual y responde a preguntas personales y de actualidad. En estos momentos pone música a una ópera que interpretará Willem Dafoe, La vida y la muerte de Marina Abramovic.

La muerte es un tema recurrente en su obra. Os dejo una de las canciones que más me impactó cuando empezaba a escucharlo: I fell in love with a dead boy.


7 comentarios:

Candela dijo...

Me estaba preguntando por qué me gusta la misma música que te gusta a ti, incluso sin conocerla de antes. No sé si me habría entusiasmado igual que tú en el concierto, pero sí me ha encantado esa canción que has puesto. Me han dado ganas de tomar una copichuela y todo (voy a por ella, un brindis con mi chica por ti).

maikix dijo...

Corazones similares sienten cosas parecidas, Candela. A mí no me extraña que te guste la misma música, como también es seguro que te gustan el mismo tipo de películas. Pero seguro que ante otras cosas tienes visión diferente, o sentimientos diferentes, y ahí reside la gracia de la diversidad, y de la amistad.
Muchos besos.

Anónimo dijo...

Gallina de piel !!! al escucharlo en directo, consigue transmitir no tan solo música, muy pocos artistas lo hacen, y he visto unos cuantos...
Con aquella de Murcia (el estreno) creo que lo he escuchado en vivo 5 veces.
Seguramente nos apuntaríamos a otra... -verdad Maikix?

Algo que aprecio de Antony, es el constante reconocimiento que hace de iconos musicales que le influenciaron como Simone ,Reed, Rufus, Cohen, Björk. etc vivos muertos y de dificultosa reputación como "mi encantador" bOY gEORGE.

UN BESO.
Tonio

ISI dijo...

Precioso¡. Es mi tipo de música sin duda, aunque tb me pirra esta:

http://www.youtube.com/watch?v=orNpH6iyokI

¿Os acordáis de la peli "Melodia de seducción@. Pos eso.

Jajajaja, no tiene nada que ver ¿no?. Pero los Géminis somos así

maikix dijo...

¡Qué recuerdos, Tonio!
Naturalmente que me apuntaría a otro, sólo que mi situación en la actualidad no me lo permitiría. Siempre nos quedará escucharlo tomando una copa de vino...
Un beso.

Jajajajaja... Isi... había escuchado un montón de versiones de la canción, incluso ésta de Jay Hawkins, pero no le había "VISTO" cantarla...jajajajaja... ¡qué pinta!
No te creas, yo no soy géminis y también soy bastante ecléctica :))

Víctor González dijo...

Cuando lo conocí, hace años, me maravilló su voz y su estilo. Después, a medida que lo escuché más me hartó. Ahora no me gusta nada. Me parece aborrecible. Lo encuentro engolado, falso, horrible y artificial. Lo oigo y me da la impresión de que tiene la boca llena de miel... vacía. Si bien, repito, al principio me encantaba. A veces he pensado que tiene (aun con lo que me disgusta de él) algo que ver - tal vez mucho- con uno de mis cantantes favoritos: Bola de Nieve. Por lo raro, original y singular tal vez. No sé. Me gustaría que me gustara, pero ya no me gusta. Yo también soy géminis, ja, ja... La verdad, prefiero a Bola.
Un abrazo, Maikix.

maikix dijo...

Víctor, a mí, aunque me sigue gustando, ya no me engancha como al principio, me gustan muchísimo más las canciones de sus inicios. Quizá, como comento en la entrada, era la música adecuada en el momento justo para mí, me evoca muchos recuerdos y muchas sensaciones. Hizo una colaboración con Hercules and love affair que no me gustó nada, por ejemplo. Pero quizá por lo mucho que lo quise al principio, sigo insistiendo...
(¿Vas a venir a Barcelona con tu libro?)
Un abrazo.

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin