
Voy a clase los viernes (¡ya estoy en el nivel medio-avanzado!), a pesar del cansancio acumulado del día y de la semana, porque luego hay baile. Si no fuese a la clase, me daría mucha pereza salir de casa sólo para bailar. Así aprovecho para aprender y luego poner en práctica lo aprendido.
Ese día bailamos en una sala peculiar, la Peña Artística La Constancia (PAC), un local donde los jubilados del barrio de Hostafrancs juegan al dominó o al bingo y bailan bailes de salón. Naturalmente el viernes por la noche está reservado por nuestra escuela para bailar swing. El suelo es de terrazo, no muy adecuado para este tipo de baile, y el aire se acondiciona con ventiladores insuficientes. Hay mesitas alrededor, cubiertas con manteles hasta el suelo de color lila y flores artificiales blancas, y con servilleteros que indican con un letrero que están reservadas para la Sra. María o el matrimonio Carmen y Ángel. El techo y las columnas están adornados con cintas y globos lilas y blancos. Todo muy kitsch, pero ya se ha consolidado como un clásico del Lindy Hop los viernes por la noche. Aunque asisten algunos profesores, la mayoría de los que vamos a bailar allí somos alumnos de los primeros cursos e intermedios. Así que el ambiente es muy distendido, no hay estrellas, nos conocemos todos, y lo pasamos bien. Siempre hay más mujeres que hombres, y algunos días, muchísimas más.
Este viernes, no sé por qué misterio de la naturaleza, había menos mujeres que hombres, la primera vez desde que yo bailo.
Fue fantástico, me lo pasé fenomenal. No paré de bailar en toda la noche, a veces incluso tenía que escoger entre dos candidatos, bailé con algún chico con el que no había bailado jamás, bailé Balboa sin saber...
Me salieron ampollas en los pies, pero yo seguía bailando.
Insólito.
La otra cara de la moneda ha sido esta tarde. Había baile organizado por otra escuela, en el ático de un edificio dedicado a la danza y artes escénicas. Por lo menos, suelo de parquet. Bailadoras a patadas. Nivel muy alto, mucho master del universo.
Por si fuera poco, al cabo de un rato, ha venido la guardia urbana, que ha obligado a bajar el volumen de la música. Me ha parecido alucinante, a las siete de la tarde. Desde la calle se oía un poquito la música. Desde luego, menos que lo que se oye a Luis Miguel desde mi casa. Se han cerrado las ventanas, y no había ningún tipo de acondicionamiento de aire.
Resultado: he conseguido bailar dos o tres bailes, y me he marchado, asqueada.
He comentado con uno de los que ha bailado conmigo la enorme desproporción que había entre leaders y followers y, naturalmente, ni se había dado cuenta.
Desde luego, recomiendo a todos los chicos, en especial a aquellos que tengan la autoestima baja, que se apunten a bailar. No hay terapia más eficaz: Se sentirán queridos, solicitados, disputados, y encima se lo pasarán bien bailando.