
Hay una salida de aire que nunca descansa, sea la estación del año que sea, y que tengo en el techo, justo encima de mi nuca. En teoría, sale aire caliente en invierno y frío en verano. Sólo dos temperaturas, aunque haya cuatro estaciones. Y el punto de corte, tanto de la temperatura como del período, es ajeno a mi voluntad (bueno, como todo). Ya que no hay termostato, yo preferiría no tener aire de ningún tipo, y poder abrir el gran ventanal que tengo la suerte de tener en el despacho.
Ya no digo nada del ruido, sordo y constante como la lucha que cantaba Raimon (Jo vinc d'un silenci) que me molesta sobremanera, pero yo no puedo trabajar si tengo frío.
He avisado a mantenimiento montones de veces, pero no hay posibilidad de enmienda. No se puede controlar la salida de aire ni la temperatura individualmente por despachos. Como máximo, el ala montaña o el ala mar, lo que no quiere decir que en ellas la temperatura sea igual. La presencia de máquinas en los laboratorios hace que en éstos haga más calor, con lo que tienen que abrir las ventanas, aunque salga aire frío de las rejillas. En teoría no podemos abrir las ventanas, porque además tenemos obras fuera, entra más polvo y ruido.
En alguna ocasión han venido a controlar la temperatura a la que sale el aire de mi rejilla de ventilación y, según el aparato medidor que traen los operarios, está correcta: a 24ºC. Sin embargo, es evidente que en el pasillo hay una temperatura, y a la que entras a la antesala de mi despacho, ya notas frío, y cuando entras en mi despacho, éste ya es siberiano.
Así que harta de luchar contra el complemento circunstancial, además de con el verbo y el predicado, he decidido ser sujeto de la mejora y he encendido un pequeño calefactor que hace tiempo me traje de casa.
Es de locos, por arriba sale aire frío, por abajo caliente, los ruidos se superponen... pero se ha atemperado el ambiente.
¡Esto es otra cosa!