martes, 27 de enero de 2009
Don't touch me
Aunque me gustan las flores, no suelo comprarlas. Me refiero a flor cortada: me da lástima que se estropeen, y creo que en su lugar natural, la planta, están mejor.
Todas las flores en general me gustan, pero siento debilidad por las que florecen en invierno, quizá porque siendo la flor un ser vivo efímero y delicado, al aparecer en circunstancias adversas demuestra una gran fortaleza.
Me crié en un medio duro, básicamente de cemento, y del reino vegetal conocía poco más que los plátanos, los pinos y los cipreses. Hace unos veinte años, descubrí las mimosas, a las que no había visto nunca hasta entonces, y me cautivaron desde el primer momento.
Cada año esperaba su floración, que suele iniciarse en enero, en candeletas: una explosión de amarillo y verde en pleno invierno que, mientras la mayoría de árboles exhiben su esqueleto, aparecía con una belleza insultante.
Cuando hace 12 años me mudé a vivir a Sant Just Desvern, lejos del centro urbano, estaba fascinada ante el espectáculo que se me ofrecía cada año. Casualmente, fui a vivir a la calle de las Mimosas.
La calle, que era medio peatonal y corta, de unos cien metros, estaba recorrida por una hilera de árboles pequeños que en primavera-verano daban flores rosadas o lilas, que parecían plumas. Por su delicado aspecto, a mí me parecían arbolitos chinos o japoneses, y no entendía porqué la calle se llamaba de las Mimosas.
Después he sabido que los dos árboles son mimosas. La mimosa es una acacia, género de árboles y arbustos de los que existen centenares de especies.
La que yo reconocía como mimosa, es una acacia dealbata, según unas fuentes de origen australiano, y según otras, de Eurasia. La otra es una acacia de Constantinopla (Albizia julibrissin) o árbol de la seda, y su origen es asiático.
Buscando información sobre las mimosas, he descubierto una especie, la mimosa pudica, que tiene la peculiaridad de que al tocarla, sus hojas se pliegan y los tallos caen, de manera que la planta parece marchita. Es un mecanismo de defensa ante depredadores que desaparece y la mimosa se recupera al poco tiempo. Por esta peculiaridad se llama púdica, porque parece tímida, y en inglés don't touch me. Me parece encantador y asombroso.
Volviendo al principio, una de las cosas que perdí cuando volví a mudarme, esta vez a Barcelona ciudad, hace 8 años, fue el contacto con la naturaleza y la visión de las mimosas.
El otro día ví mimosas en una floristería por la que paso todos los días y en la que siempre me quedo mirando el escaparate como si de rebajas se tratase, y no me pude resistir. Y eso que las mimosas cortadas no duran nada. No aguantaron ni 24 h, pero aún algo marchitas, conservaban su encanto.
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4 comentarios:
Hola Maica, yo también creo que la mimosa es la reina del mes de enero, el único "pero" que le encuentro es el perfume que desprende todo el árbol florecido, suerte que lo tengo en el jardín y no llega el perfume hasta dentro, pero reconozco que el espectáculo de la floración es para quedarse con la boca abierta.
Hola, Pilar.
Es cierto lo que dices del olor que desprende. Visualmente la mimosa es espectacular, sin embargo no es la flor que mejor huele. Yo aguanté el ramo de mimosas unos días porque como he dicho, aún seca era bonita, pero tuve que tirarlas por el olor acre (que ya tenía cuando estaba fresca).
Un beso.
Hola Maica,
A mí me gusta hasta el olor - yo también he cambiado mi vida en el campo por la ciudad y echo de menos muchísimo las plantas y el huerto que tenía. La mimosa y la forsithya (creo que se escribe así) anuncian el final del invierno y el principio de la primavera - que en estos días grises parece que no llegará nunca, pero ya está en camino...
Un beso.
Hola, Patsy.
Es lo que tiene cambiar el campo por la ciudad, todo no se puede tener! Alégrate: ahora tienes más ruidos, más robos... jajaja! Es broma.
Algunos afortunados tienen en la ciudad terrazas donde desfogar sus inquietudes campestres.
Un abrazo.
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